Trazar lo deshilado
“Conozco otras formas de estar sobre la tierra. Quiero inventarme a mí misma”
Elena Poniatowska, Leonora
“Me interesa que se vean estos hilos así, cayendo...”, dice Amalita sobre uno de los bordados que está terminando. O comenzando.
Conocí su obra hace dos años. Recuerdo las primeras imágenes que me iba mostrando, así como también su fascinación por las historias de las artistas que estudiábamos en clase. Recuerdo su mirada, entre atenta e inquieta, dos variables que, luego, se repetirían en todo su proceso.
De a poco fui descubriendo su forma de accionar y crear, de forma simultánea y elástica, ya que su experiencia se fue dando entre viajes y estadías. Un accionar en movimiento y dinámico y a la vez lento y en reposo. Como quien puede ir observando un atardecer y emocionarse hasta las lágrimas y al mismo tiempo ir planeando qué va a contar sobre esa experiencia. Como quien elabora una historia de su vida contada en otro tiempo y en otras formas en otras lunas, en otros soles.
Hilo/Camino
En su trabajo, Amalita comienza narrando historias que emergen de la realidad que la rodea para luego dar cuenta de ellas utilizando imágenes de su universo vital y predilecto: bailarinas, trapecistas, escenografías, vestuarios del cine de la era dorada, atravesadas por el constante cambio de conocer ciudad tras ciudad.
La fusión de estos elementos da como resultado la construcción de pequeños mundos amorosos todos atravesados por un hilo que los mantiene unidos forjando así su universo creativo.
En Memorias de una joven formal, Simone de Beauvoir nos susurra : “La idea de entrar en posesión de una vida propia, me embriagaba”. Crearse una vida. Propia.
Amalita concibe estos mundos donde, cual alquimista, consigue habitarlos para así existir. Allí, los zapatos son de organza enfundados en escritos de seda que nos permiten recorrer las ciudades, los mapas son pinceladas de hilos, la soledad es auspiciosa, las redes nos liberan, los vínculos nos sostienen, las lentejuelas nos alumbran. Crearse una vida. Propia.
Puntada tras puntada va confeccionando sus días entre lo real y lo fantástico. Entre lo permanente y lo efímero.
Tejido/Ciudad
Amalita camina las ciudades. En nuestras charlas constantemente aparecen anécdotas en torno a estas caminatas. Pero no lo hace en clave peripatética, sino que son sus instantes de observación y búsqueda. La ciudad es la que la interpela. Muchos de los elementos que se despliegan en su cuerpo de obra tienen como punto de partida los destellos que provienen de esos descubrimientos.
Anna María Iglesia, en su libro La Revolución de las Flâneuses, nos acerca la historia a partir del siglo XIX de las mujeres que comenzaron a apropiarse de las calles como espacio propio, siendo éstas lugares que, principalmente, eran ocupados por hombres. En él, escribe: “La pregunta que debemos formularnos cada vez que nos preguntamos por las “flaneuses” y por su historia, es sobre su papel en cuanto observadoras, poetas y, sobre todo, ensayistas de la ciudad. Dicho en otras palabras, debemos preguntarnos sobre el papel de la mujer a la hora de generar una experiencia urbana a partir de su propia identidad de género, y consecuentemente, producir una narrativa urbana”.
Me pregunto, entonces, acerca de Amalita, mujer del siglo XXI, que recorre las calles: ¿qué está buscando? ¿Qué la moviliza? ¿Qué es lo que despierta su curiosidad? ¿Será todo esto el punto de partida para la construcción de esos mundos amorosos?
Quizás los trajes de organza con sus canutillos titilantes, el trazo del hilo garabateando un textil roto o el sinfín de hebras que se convierten en flores, sean tan solo pistas para adentrarnos a esos mundos que, como en el camino de una ciudad, nos hace perdernos. O encontrarnos.
Mariana Guagliano. Octubre 2022